Se van.
Atrapada en la cárcel de mis ojeras
ruego a una
lágrima;
a lo cerca,
escucho el canto de los peces negros,
la esquizofrenia de un sol de cartulina.
No tengo nada, no,
nada.
Ahogo el vómito ficticio
marco la página del desencuentro,
los insultos terminales
se niegan a morir.
Veo a la aurora
doliente,
las persianas a
media asta,
y siento que soñar está pasado de moda
que el mañana
vive en la calle de al lado.
Hilvano los dedos con luz
y remiendo mis bragas con palabras impúber.
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